Con este libro saco en conclusión, que la
arquitectura está para que la use la gente y que los arquitectos no se pueden
olvidar de las personas a las cuales van dirigidas sus obras.
Observar la actitud de los niños, nos confirma
que existe aún un mundo de posibilidades por explorar en los espacios vividos y
en los objetos usados. Y, más aún, aprender de su forma de “jugar” puede ser de
gran ayuda en nuestro empeño por repensar las reglas del habitar.
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