Hace seis meses sentí una experiencia inefable, sentí la
arquitectura. Todo comenzó hablando con una persona a quien le habían amputado las piernas; me abrió los ojos y me di cuenta de la gran
suerte que tenía y de lo privilegiada que era. Me comenzó a contar lo que añoraba
poder caminar, no depender de nadie,
sentir el placer de calentarse los pies al llegar a casa en invierno; y sobre
todo, levantarse cada mañana y apoyar
los pies en el suelo y sentir lo frío que está. Entonces me animó a que no
desperdiciará y valorará los pequeños detalles, las pequeñas acciones cotidianas
que él no podía realizar y de verdad las echaba de menos. Al día siguiente, al
levantarme recordé sus palabras; y
entonces fue cuando sucedió, cerré los ojos, apoyé los pies y sentí como el
frío del suelo recorría mi cuerpo, cómo podía cumplir el sueño inalcanzable de
aquel hombre, cómo podía sentir la arquitectura. Fue ahí cuando descubrí que
hay grandes experiencias ocultas en pequeños detalles, en hechos
insignificantes.
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