jueves, 22 de noviembre de 2012


Hace seis meses sentí una experiencia inefable, sentí la arquitectura. Todo comenzó hablando con una persona  a quien le habían amputado las piernas;  me abrió los ojos y me di cuenta de la gran suerte que tenía y de lo privilegiada que era. Me comenzó a contar lo que añoraba  poder caminar, no depender de nadie, sentir el placer de calentarse los pies al llegar a casa en invierno; y sobre todo,  levantarse cada mañana y apoyar los pies en el suelo y sentir lo frío que está. Entonces me animó a que no desperdiciará y valorará los pequeños detalles, las pequeñas acciones cotidianas que él no podía realizar y de verdad las echaba de menos. Al día siguiente, al levantarme recordé sus  palabras; y entonces fue cuando sucedió, cerré los ojos, apoyé los pies y sentí como el frío del suelo recorría mi cuerpo, cómo podía cumplir el sueño inalcanzable de aquel hombre, cómo podía sentir la arquitectura. Fue ahí cuando descubrí que hay grandes experiencias ocultas en pequeños detalles, en hechos insignificantes.



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